El muchachito estaba sentado, esperando ser bendecido. Pensaba en que dios lo recibiría con los rezos abiertos. La postura congelada ante el disparador del fotógrafo: la piernita a la derecha, la mirada hacia al costado. Dos moños lo ornamentaban: la musculatura juvenil vestía uno grande sobre el brazo izquierdo y su cuello, resaltado por la importancia de "el ser elegante". Su cabello engominado hacía juego con el traje, a pesar de que los pantalones cortos descubrieran largas medias blancas. JJ sugería una mirada astuta. El pequeño pícaro, al borde de la risa, contenía sus mentiras y sus diabluras disimuladas. Después de unos sesenta años de la imagen sepia, la familia se pregunta si alguna vez, efectivamente, le habría hablado a dios.
Que sirva como homenaje al niño que es el abuelo Cávoli.